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domingo, 18 de diciembre de 2011

Cp. 16: Las 14 rosas

Pues desde ese día, James no paró de visitarme. Yo supongo que empecé a replantearme eso de que James al fin y al cabo no era tan mala persona como pensaba. También supuse la opción de que estaba realmente confundida, es decir, él que pretendía, que después de todo lo que me hizo pasar, ¿Podía arreglar todo como si nada? Pues a mi me valió. Una visita y una rosa cada noche. Ya tenía llenos 4 jarrones con sus rosas (y porque algunas las tiré, ya que se iban pudriendo poco a poco, al igual que yo), e incluso ya me llegué a acostumbrar a ese olor fino y refrescante de la flor. Un día me dio por contar cuantas rosas había: conté 13 rosas. Trece noches que me visitaba. Era increíble como ese chico podía hacerme sentir mejor. Cada vez que venía era como si se me olvidara por completo mi enfermedad. Pero hubo una, en la que solo me preocupó. Veréis: Él como cada noche vino, pero esa noche fue diferente. El se sentó en la cama, y me susurró serio:

-Cath, tengo una idea.
-¿Que idea? -le pregunté-.
-¿Y si vamos a dar una vuelta? Conozco un sitio que está muy bien.
-Pero yo no puedo desenchufare del suero, si no corro el riesgo a...
-¿A que? Todo esto es un método para tenerte aquí, encerrada, aislada. A ver, ¿Hace cuanto que no sales? 
-Buf, no sé decirte... Meses
-¿Entonces, no te mueres de las ganas de salir?
-Sí.
-Pues ya esta, decidido: Nos vamos a dar una vuelta. Ven a que te quite esto.

Me quitó todo el armamento que llevaba. Sinceramente, me hizo un poco de daño al principio, pero valió la pena, o eso pensaba. Sacó de una bolsa de compra que llevaba, un vestido precioso de color negro con brillantes, y una peluca de color similar a mi pelo. También me trajo unos zapatos a conjunto con el vestido. Me ayudó a que me pusiera el vestido y la peluca. Fui a un pequeño espejo que había en la habitación. Me veía preciosa. Parecía otra, no parecía yo, la aburrida y friky de Catherine. 

-Estas genial. Sabía que acertaría en el vestido.
-James, no se que decir... Estoy muy contenta. Me veo genial, me veo otra persona, otra chica. No me veo yo.
-Pues eres tú. Tú eres esa chica que se refleja. No hay otra Catherine. Bueno sí, hay muchas Catherines, pero como tú ninguna.

Me cogió de las manos y huimos corriendo hacía la salida del hospital. Desgraciadamente nos oyeron, porque cuando corría, se podría decir, que se oía el "taconeo, taconeo" de mis zapatos. Los guardias de seguridad nos persiguieron por todo el pasillo, y yo me caí al suelo. James no dudó y me cogió en brazos, ya sabéis, como si se tratara de una princesa. Corrió y pudimos salir. Me metió dentro de un descapotable negro, y huimos a toda velocidad del hospital. Los guardias nos miraban desde lo lejos y gritaban. 

-¿Has visto a esos panolis? ¡Que caña!
-Por poco nos pillan. ¿Te acuerdas cuando te caíste y te cogí? -se rió-.
-¿Pero como pretendes que corra una señorita como yo por un pasillo? Estas loco, pero te diré un secreto: las mejores personas lo están.
-Pues entonces tu eres la más loca de las locas.

Sonreí. Mi sonrisa se vio ligeramente cambiada al llegar a una casa en ruinas. Me pregunté que le habría pasado. Para mi desgracia, James se dirigía hacia allí, y no es que me hiciera mucha gracia. Él aparcó el descapotable al lado de la casa, escondido. Bajamos del coche y me llevo hacia una puerta que estaba en la parte trasera de la casa. Entramos y me lleve una buena sorpresa: Había un montón de gente de mi edad y de la de James, bailando y celebrando algo: era una fiesta. Estaba en una fiesta de pijos, niños ricos y hijitas de mamá y papá por todos lados. Cuando entramos, todo el mundo se giró a mirarnos. Las chicas empezaron a insinuarse en cuanto vieron a James, y los chicos miraban a sus chicas. Nadie me prestaba demasiada atención, ya que ellos se sentían "superiores" de alguna forma. Poco a poco fuimos entrando a la sala, y James me presentó a algunos amigos: Cooper y Bruce, dos amigos que junto a James eran inseparables. Al principio me parecieron dos artificiales, pero a medida que iba conversando con ellos me empezaron a caer bien. Eran muy distintos uno de otro: Bruce era más tímido, aunque era bastante gracioso, y en cambio Cooper era una persona sociable y bastante seria. En cuanto a "amigas" no conocí a ninguna, ya que no parecían muy amables que digamos. Yo prefería quedarme sentadita mirandolas; parecía que era una competición para ver quien de todas era la más pija, insoportable o egocéntrica. La verdad es que esa noche me lo pasé genial, bailando y conociendo a más gente de mi edad.

Pronto acabo la fiesta y James me llevó a un prado, no muy lejos de la casa. Era un prado enorme, todo era verde (aunque no se podía apreciar mucho, porque el cielo estaba en su tiempo de "reposo"), y lleno de rosas rojas. James me cogió de las manos y me invitó a tumbarme sobre un mantel de pic-nic.

-¿Sabes porque te he traído aquí?
-No.
-Es un campo de rosas. Siempre vengo hasta aquí para coger una y regalartela. Hoy te regalo este campo lleno para que siempre que te sientas sola, vengas y te acuerdes de mi. Siempre estoy por aquí, dando vueltas sin sentido. Y, ¿Sabes? Siempre me gusta venir porque me recuerda a cuando éramos más pequeños, ¿Te acuerdas?
-¡Si! La de cosas que vivimos, como cuando en tercero bañamos a tu perro Liu
-Siempre lo recordaré, me empujaste hacía la bañera del perro... ¡A propósito, no creas que me he olvidado! ¡Ven aquí!

Empece a correr por todo el prado. Él me seguia por detrás, lo notaba. Miles de risas estallaban en ese momento. Caí; ese día estaba bastante torpe. Y James, en vez de ayudarme, cayó conmigo. Me besó.


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